NUEVO MULTILATERALISMO FINANCIERO DE JANET YELLEN
Texto: Paola Subacchi – Project Syndicate
Imágenes: Pixabay
LONDRES – El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han vuelto a la acción de maneras que habrían resultado inconcebibles inclusive hace un año. En el gobierno del ex presidente Donald Trump, Estados Unidos –el socio principal, con derecho a veto, en ambas instituciones- hizo poco (más allá de causar alteraciones ocasionales) para diseñar sus políticas. Ahora, Estados Unidos está tomando la delantera para coordinar su rol y ayudar a los países pobres a responder a la crisis del COVID-19.
A la cabeza de esta estrategia está la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen. En una carta a sus colegas del G20 el mes pasado, Yellen escribió que ningún país por sí solo puede “cantar victoria” por la “crisis sanitaria y económica dual” causada por la pandemia. “Éste”, agregó, “es un momento hecho para la acción y para el multilateralismo”.
La carta de Yellen tal vez no marque el inicio de un nuevo “momento Bretton Woods”, como predica la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva. Pero sí marca un distanciamiento bienvenido de la imprudencia y negligencia de Trump. Y sí busca una acción real a la que la administración Trump se había opuesto: el fortalecimiento de los kits de herramientas del FMI y del Banco Mundial, incluyendo los instrumentos concesionales del Fondo, y una nueva asignación de su activo de reserva, los derechos especiales de giro (DEG), para aumentar la liquidez para los países de bajos ingresos.
Estos países ciertamente necesitan ayuda, sobre todo porque la crisis del COVID-19 ha agravado significativamente muchas de sus posiciones de deuda. Sin duda, el G20 ya ha diseñado una estrategia dual para ayudar a los países altamente endeudados. Primero, está ofreciendo alivio de deuda temporario –hasta este mes de junio, aunque puede extenderse- a través de la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda. Segundo, planea mejorar la sustentabilidad de la deuda a través del Marco Común para los Tratamientos de la Deuda.
Pero es necesario ampliar este respaldo. Afortunadamente, ahora que Estados Unidos ha dejado de oponerse a una nueva asignación de DEG, el G20 ha aceptado permitir que el FMI elabore una.
El valor de los DEG se basa en una canasta de monedas (el dólar estadounidense, el euro, el yen japonés, el renminbi chino y la libra británica). Si bien los DEG no funcionan como una moneda, se pueden intercambiar por monedas de libre uso.
El DEG no fue diseñado para ayudar a los países de bajos ingresos. Por cierto, estaba destinado a complementar las reservas oficiales de los países miembro del FMI y resolver los problemas de liquidez, en un momento en que el dólar estadounidense era convertible directamente en oro.
En este contexto, el porcentaje de DEG que cada país recibe en una determinada asignación está determinado por sus cuotas en el FMI. Según este sistema, los países del G20 recibirían el 68% de una asignación de DEG, y Estados Unidos, el Reino Unido y las economías más grandes de la Unión Europea se llevarían un porcentaje gigantesco: 48%. Mientras tanto, los países pobres recibirían apenas el 3,2% de la misma asignación.
En otras palabras, los DEG tienden a beneficiar a quienes menos los necesitan. Y es más probable que los países de bajos ingresos conviertan los DEG que reciben a monedas de libre uso.
Frente a esta situación, Yellen ha señalado la voluntad de considerar potenciales soluciones. Por ejemplo, los países del G20 podrían canalizar los DEG que no necesitan para respaldar la recuperación económica en los países de bajos ingresos. Esto podría abrir el camino para la creación de fondos basados en DEG.
Sin embargo, aún de acuerdo con el sistema de asignaciones existente, una asignación de DEG por el 100% de las cuotas actuales del FMI –como propone Italia, que actualmente lidera el G20- generaría aproximadamente DEG 15.200 millones para los países más pobres. Esto es más que el préstamo concesional promedio anual del FMI a través del Fondo para el Crecimiento y la Reducción de la Pobreza (DEG 1.250 millones).
Asimismo, los DEG no vienen con condiciones. Así, al promover su uso, Yellen efectivamente ha reconocido que la liquidez flexible e incondicional –no el préstamo concesional- es la máxima red de seguridad. Al mismo tiempo, Yellen hace hincapié en una gobernanza sólida y en la necesidad de establecer parámetros compartidos, fortaleciendo así la transparencia y la responsabilidad en los intercambios de DEG.
Esto nos lleva al elefante en la sala: ¿cómo utilizarán los países sus DEG? ¿Se les debería permitir utilizarlos, por ejemplo, para pagar deuda bilateral? En ese caso, ese dinero multilateral podría terminar beneficiando a acreedores bilaterales como China –un desenlace sobre el que advirtió el antecesor de Yellen, Steven Mnuchin.
Responder estos interrogantes exigirá un esfuerzo mayor para resolver los muchos vacíos enormes en el actual sistema financiero multilateral –vacíos que muchas veces han dejado a los países necesitados financieramente con pocas buenas opciones-. Como resultado de ello, los países de bajos ingresos muchas veces han tenido que recurrir a un préstamo bilateral oneroso, y se han vuelto rehenes de acreedores privados y entidades mixtas, como los bancos estatales de China. Esto ha creado importantes asimetrías entre diferentes tipos de deuda y diferentes tipos de acreedores.
Para enfrentar estos problemas, se deben poner herramientas financieras multilaterales a disposición de los países necesitados. Asimismo, el G20 debe tomar una acción más contundente para impulsar la sustentabilidad de la deuda, coordinar la acción internacional y sellar acuerdos de deuda justos entre acreedores bilaterales, especialmente China, y deudores de bajos ingresos.
La buena noticia es que Yellen –con su énfasis en la gobernanza, la flexibilidad y la disponibilidad- parece reconocer las lagunas en la arquitectura financiera internacional. Es de esperar que siga liderando el camino hacia un nuevo multilateralismo financiero que las resuelva.
Articulista
Project Syndicate
Paola Subacchi, profesora de Economía Internacional en el Instituto de Políticas Globales Queen Mary de la Universidad de Londres, es la autora, más recientemente, de The Cost of Free Money.
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