El peligro de las buenas noticias económicas de hoy
Texto: Kemal Derviş y Zia Qureshi
WASHINGTON, DC – En este comienzo del 2018, las cosas están mejorando para la economía global. En los últimos seis meses, las proyecciones de crecimiento de instituciones oficiales como el Fondo Monetario Internacional, equiparadas o hasta superadas por pronósticos privados, han sido ajustadas hacia arriba. Pero no todas las noticias son buenas.
Sin duda, existen muchísimos indicadores positivos que inspiran optimismo. El Índice de Gestores de Compras de la Eurozona para la industria alcanzó un récord sin precedentes el mes pasado, y hasta la economía de Grecia por fin está creciendo. En Estados Unidos, hoy parece probable que el crecimiento supere la predicción de octubre del FMI del 2,3% para 2018.
En el mundo emergente, China parece haber evitado el riesgo de una desaceleración pronunciada: si bien su economía ya no está alcanzando un crecimiento de dos dígitos, su mayor tamaño implica que, en términos absolutos, la tasa del 7% anual de hoy supera las tasas del 10% del pasado. Turquía, por su parte, arrojó un crecimiento del 11% en el tercer trimestre de 2017. Hasta es probable que Brasil, que experimentó un crecimiento negativo en 2016, supere el pronóstico del FMI de un crecimiento del 1,5% en 2018.
En tanto la economía real se fortalece, los valores de las acciones –que, por primera vez, parecieron desconectados de los fundamentos– cada vez se están afirmando más. El Índice Mundial de Bolsas de Valores del Financial Times aumentó casi un 22% en 2017 -su mejor desempeño desde el rebote poscrisis de 2009.
En la medida que se va extinguiendo el pesimismo sobre el crecimiento de los últimos años, algunas de las advertencias que se han hecho en los últimos años parecen haber caducado. Robert Gordon de la Northwestern University, por caso, sostuvo que la economía estadounidense iba camino a desacelerarse, porque las innovaciones tecnológicas de hoy no impulsarían el crecimiento como lo hicieron en el pasado. Lawrence H. Summers de Harvard acaparó mucha atención por su argumento de que el mundo corría el riesgo de caer en un «estancamiento secular«, porque la tasa de interés necesaria para poner la inversión deseada en línea con los ahorros deseados estaba por debajo de cero.
Sin embargo, si bien el límite inferior igual a cero ya no parece ser una limitación obligada, existen potenciales causas de preocupación. Una de ellas se relaciona con los niveles de deuda. Ahora que las economías avanzadas ya no necesitan mantener políticas monetarias extraordinarias, las tasas de interés nominales aumentarán respecto de sus mínimos históricos actuales. Cuando esto suceda, los altos niveles de deuda podrían volverse un problema, ya que impedirían el crecimiento al dar lugar a un desapalancamiento desordenado. Dicho esto, dada la baja inflación, existen pocos motivos para pensar que las tasas de interés van a subir marcadamente, y la normalización gradual de la política monetaria no necesariamente tendría efectos negativos en el crecimiento o la inflación.
Pero existe otro potencial obstáculo en el camino hacia una recuperación sostenida: la caída de largo plazo del crecimiento de la productividad todavía no se ha revertido. Por el contrario, el auge actual parece estar liderado por la demanda, siendo el consumo privado el mayor motor, aunque la inversión privada también finalmente está empezando a crecer. Estas tendencias han estado acompañadas por un sólido crecimiento del empleo, que es una noticia bienvenida, pero que no puede durar para siempre.
En el más largo plazo, el desempeño económico y el crecimiento potencial dependerán del lado de la oferta y, en particular, de una recuperación del crecimiento de la productividad. Los tecno-optimistas sostienen que la tecnología alimentará las alzas necesarias, en la medida que se acorta el desfase entre las capacidades digitales y sus aplicaciones en la economía. Pero es demasiado pronto para decir, con alguna certeza basada en evidencias, si ellos o los tecno-pesimistas como Gordon tienen razón. Existen argumentos convincentes de ambos lados, aunque nosotros nos definimos como tecno-optimistas cautelosos.
Lo que es indiscutible es que la desigualdad al interior de los países está creciendo a pasos acelerados. Mientras que los países individualmente muestran niveles diferentes de desigualdad, su aumento ha sido notorio en casi todas partes, en tanto el ingreso y la riqueza están cada vez más concentrados en los estratos superiores. Esta tendencia se acelerará en tanto las nuevas tecnologías, más allá de cuánto crecimiento de la productividad puedan generar, continúen aumentando la prima de conocimiento, dirigiendo ingreso a firmas fronterizas y permitiendo nuevos tipos de posiciones de cuasi-monopolio y de «el ganador se lleva todo» para desarrollar a escala global.
Aquí reside el mayor peligro en los titulares exuberantes de hoy sobre el crecimiento. Muchos creen que un crecimiento rápido puede actuar como una especie de panacea para los males políticos y sociales de los países, inclusive el ascenso del populismo y del nacionalismo. Pero si los beneficios de un crecimiento rápido van a parar a manos del 5% o 1% superior, muy probablemente aumenten las tensiones sociales. Y la realidad es que resultará difícil desarrollar políticas que puedan revertir las tendencias políticas perjudiciales y promover un crecimiento compartido de manera más amplia.
Esto no quiere decir que no se pueda hacer nada. Por el contrario, diseñar soluciones debería ser una alta prioridad y el debate político debería centrarse en medidas que ayuden a crear economías verdaderamente inclusivas.
Una de estas medidas sería un acceso más amplio a una educación asequible y de calidad, incluido un mejoramiento y un reentrenamiento de las capacidades. El desarrollo de marcos regulatorios que fomenten la competencia también ayudaría, al igual que serviría limitar la erosión de la base impositiva. La investigación pública debería estar financiada de manera tal que les ofrezca a los contribuyentes una participación en los resultados rentables. De la misma manera, las inversiones en infraestructura deberían tener objetivos explícitos relacionados a la equidad. El objetivo debería ser atacar la desigualdad en dos frentes: garantizar que los ingresos pre-impuestos aumenten de una manera más inclusiva y fortalecer el papel igualador de los impuestos y las transferencias.
Dada la naturaleza global de los mercados, muchas políticas exigirán que la cooperación internacional sea efectiva. Ahora que las cuestiones vinculadas al comercio internacional, la inversión, la competencia y los derechos de propiedad intelectual están cada vez más asociadas, las estrategias globales que puedan abordarlas de una manera holística se han vuelto vitales.
No alcanzar una mayor inclusión –un objetivo difícil pero alcanzable– atizaría las tensiones sociales y alimentaría un nacionalismo ya resurgente, produciendo disrupciones que, en definitiva, serían perjudiciales para todos. Sin embargo, las buenas noticias sobre el crecimiento de hoy amenazan con ocultar ese riesgo, en tanto amenaza con debilitar la voluntad de hacer los cambios necesarios, dejando que las economías queden a merced de los efectos de goteo.
Kemal Derviş, ex Ministro de Asuntos Económicos de Turquía y ex Administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), es miembro principal de la Institución Brookings. Escribe para Project Syndicate desde 2003.
Zia Qureshi, ex director de economía de desarrollo en el Banco Mundial, es miembro senior no residente de la Brookings Institution. Escribe en Project Syndicate desde 2015.