Un plan de respuesta a la emergencia de la COVID-19
Texto: Larry Hatheway – Project Syndicate
WILSON, WYOMING – La epidemia de COVID-19 se acelera y, con el nuevo coronavirus acercándose a una situación de pandemia, es cada vez más probable que su impacto económico sea grave. Junto con la intensificación de las respuestas de salud pública, los gobiernos deben intervenir para mitigar el impacto del virus sobre el crecimiento, el empleo y el nivel de vida.
Hay tres motivos que podrían llevar a que la COVID-19 golpeara duramente la economía mundial. En primer lugar, las restricciones regionales y nacionales a los viajes limitarán el flujo de bienes y servicios a través de las fronteras y al interior de los países. Esto ya está ocurriendo en China, donde han reducido los pronósticos de crecimiento para el primer semestre de 2020. Como se trata de la segunda mayor economía del mundo y origen de gran parte de la cadena mundial de aprovisionamiento, la desaceleración en China ya se refleja en (la reducción de) los pronósticos de ganancias de grandes empresas estadounidenses y europeas.
En segundo lugar, la mayor incertidumbre se trasladará a un menor gasto de los hogares y pequeñas empresas en productos y servicios «costosos». Ya se están reconsiderando los gastos para viajes de vacaciones y de negocios, como lo evidencian más de 200 000 cancelaciones de vuelos en lo que va del año. Probablemente las compras de automóviles y viviendas imiten esa tendencia. En breve, las empresas pospondrán su inversión en infraestructura, plantas y equipos, creando una importante reacción de efectos negativos a través de las economías del mundo.
En tercer lugar, las bruscas bajas en los mercados mundiales de acciones, si se prolongan, afectarán la economía real. Los desplomes en los mercados agudizan el temor y la incertidumbre, reducen la riqueza de los hogares y, por lo tanto, afectan el consumo. También elevan el costo del capital para las empresas, lo que reduce las contrataciones y gastos de capital. En pocas palabras, la COVID-19 y las respuestas a ella podrían fácilmente causar déficits en el gasto mundial, al que pronto seguirían crecientes pérdidas de empleo, con la posibilidad de empujar a las economías en todos lados al borde de la recesión.
Pero los gobiernos tienen herramientas para combatir la recesión. La baja inflación (inferior a las metas de los bancos centrales en la mayoría de los casos), implica que la política monetaria se puede flexibilizar sin temor a sobrecalentar la economía. Y los rendimientos extremadamente bajos de los bonos permitirían a los gobiernos de países desarrollados y de muchas economías emergentes tomar prestado para financiar medidas de estímulo. En cualquier caso, las políticas que se implementen como respuesta debieran ser flexibles y reversibles, en caso de que la epidemia y su impacto económico sean menos graves de lo temido.
Entonces, ¿qué deben hacer específicamente los gobiernos? En primer lugar, implementar medidas para estabilizar la actividad comercial sin demora. No son aconsejables los recortes a los impuestos corporativos, el gasto en infraestructura y otras medidas cuyos efectos no son inmediatos. Las vacaciones fiscales o reducciones en los impuestos sobre la renta, las ventas y el valor agregado son más recomendables. El objetivo es impulsar el poder adquisitivo en días, no meses, poniendo más dinero en manos de los hogares de clase media y baja, que tienden a gastar una mayor proporción de sus ingresos. Sabiamente, es lo que Estados Unidos, el Reino Unido y muchos otros países hicieron frente a la «Gran Recesión» de 2008-09, aunque muchos economistas, incluyéndome, hubiéramos preferido un paquete de estímulo mayor aún.
En segundo lugar, incluso si la eficacia de la política monetaria se ha visto reducida después de una década de tasas de interés bajas (y hasta negativas), los principales bancos centrales deberían anunciar nuevos recortes en las tasas y medidas de liquidez. Cuando ataca el miedo, la demanda de dinero puede dispararse. Los bancos centrales debieran dejar en claro con mucha antelación que cubrirán o superarán esa demanda. Como demostró el expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi en el momento más álgido de la crisis de la zona del euro, un compromiso declarado para hacer «todo lo necesario» puede ser el arma más poderosa en el arsenal de los responsables de las políticas monetarias.
En tercer lugar, los gobiernos en todas partes debieran adoptar legislación para aumentar y ampliar los beneficios por desempleo, al menos temporalmente. Al igual que los recortes en los impuestos regresivos, el aumento de los beneficios por desempleo pondrá efectivo en las manos de quienes tienen más probabilidad de gastarlo en el corto plazo, ofreciendo un necesario contrapeso al menor gasto en el resto de la economía.
Además, en el caso de EE. UU., el gobierno federal debiera autorizar subsidios en bloque (block grants) temporales para los estados que enfrentan duras restricciones presupuestarias y así evitar déficits en el corto plazo, que requerirían contraproducentes aumentos de impuestos o recortes en el gasto. También este enfoque resultó eficaz durante la última recesión, cuando las transferencias federales a los estados contrarrestaron aproximadamente un tercio de los déficits presupuestarios de los gobiernos estatales.
Finalmente, todos los gobiernos deben aumentar inmediatamente el gasto en servicios médicos, que se ofrecerá a quienes estén más en riesgo por el coronavirus: los ancianos, los pobres y los marginados, tanto en la ciudades como en las comunidades rurales remotas. Los responsables de las políticas deben autorizar inmediatamente el gasto en flotas de unidades médicas móviles para llegar a quienes no accederían a una atención adecuada de otro modo.
Es cierto, algunos comentaristas se preocuparán por las consecuencias fiscales de los recortes impositivos y el aumento del gasto gubernamental. Pero se equivocarán al hacerlo. Los rendimientos bajos y decrecientes de los bonos significan que las economías más avanzadas y grandes tendrán un extraordinario margen de acción para pedir prestado con un costo muy bajo. Los bancos centrales están listos para captar la deuda gubernamental que los mercados financieros no sean capaces de absorber. Además, las medidas de emergencia serán temporales y podrán ser revertidas una vez que concluya la crisis.
Los déficits son el problema de mañana. Hoy, el desafío es combatir la COVID-19 y sus nocivos efectos económicos. No actuar enérgica e inmediatamente sería como dejar morir al paciente solo para darle una lección. El partidismo y la política de suma cero no son excusa para que los gobiernos eludan sus obligaciones fundamentales con los ciudadanos. De hecho, si algo bueno puede resultar de esta crisis es que los políticos finalmente encuentran la forma de dejar de lado sus diferencias y hacer su trabajo.
Traducción al español por www.Ant-Translation.com
Project Syndicate
Larry Hatheway, ex economista en jefe de UBS y GAM Investments, es cofundador de Jackson Hole Economics.
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