LA BURBUJA DE LA COVID
Texto: Nouriel Roubini – Project Syndicate
Imágenes: Pixabay
NUEVA YORK – La recuperación en forma de K de la economía estadounidense está en marcha. A quienes cuentan con empleos estables de tiempo completo, beneficios y margen financiero les va bien mientras los mercados bursátiles alcanzan nuevos máximos. Los obreros y trabajadores de puestos de servicio con bajo valor agregado desempleados o subempleados —el nuevo «precariado»— están cargados de deudas, con escasa salud financiera y perspectivas económicas cada vez peores.
Estas tendencias indican una creciente desconexión entre la economía financiera y la real. Los nuevos máximos en los mercados de valores no significan nada para la mayoría de la gente: el 50 % que ocupa la parte inferior de la distribución de riqueza solo posee el 0,7 % del total de los activos en los mercados de acciones, mientras que el 10 % superior controla el 87,2 %; y el 1 % superior, el 51,8 %. La riqueza de las 50 personas más ricas equivale a la de las 165 millones de personas más pobres.
La desigualdad aumentó con el ascenso de los gigantes de la tecnología. Se pierden hasta tres puestos de trabajo minoristas por cada uno que crea Amazon y hay una dinámica similar en otros sectores dominados por los gigantes tecnológicos, pero el estrés social y económico actual no es nada nuevo. Durante décadas los trabajadores en apuros no pudieron seguir el ritmo de sus vecinos debido al estancamiento del ingreso medio real (ajustado por inflación) y el aumento del costo de vida y las expectativas de gasto.
Durante décadas la «solución» para este problema fue «democratizar» las finanzas, para que los hogares pobres y en dificultades pudieran tomar más préstamos, comprar casas que no podían permitirse y luego usarlas como cajeros automáticos. Esta expansión del crédito para los consumidores —hipotecas y otros tipos de deuda— terminaron en una burbuja que desembocó en la crisis financiera de 2008, cuando millones de personas perdieron sus empleos, hogares y ahorros.
Los mismos milenials que fueron engañados hace más de una década vuelven a ser embaucados ahora. A los trabajadores por encargo, a tiempo parcial o con «empleos» por cuenta propia les están ofreciendo una nueva soga con la cual colgarse, llamada «democratización financiera». Millones de personas abrieron cuentas en Robinhood y otras aplicaciones de inversión, donde pueden apalancar sus escasos ahorros e ingresos varias veces para especular con acciones que no valen nada.
La reciente narrativa de GameStop, que presenta a un frente unido de pequeños especuladores a muy corto plazo en pugna con los malignos fondos de cobertura y sus operaciones de venta en corto, oculta la inquietante realidad de que una cohorte de personas sin esperanzas, empleo ni habilidades —y tapadas de deudas— están siendo explotadas una vez más. A muchos los convencieron de que el éxito financiero no depende de un buen empleo, el trabajo duro, y el ahorro y la inversión pacientes, sino de esquemas para obtener riquezas rápidamente y de apuestas por activos que carecen de valor inherente, como las criptomonedas (o «mierdamonedas», como prefiero llamarlas).
No lo duden, el meme populista según el cual un ejército de Davides milenials derrotan al Goliat de Wall Street es simplemente un nuevo esquema que permite desplumar a inversores aficionados que no tienen ni idea. Como en 2008, el resultado inevitable será otra burbuja de activos. La diferencia es que, esta vez, los inconscientes miembros populistas del Congreso se han dedicado a vituperar a los intermediarios financieros por no permitir que los vulnerables puedan apalancarse aún más.
Para empeorar aún más las cosas, los mercados han comenzado a preocuparse por el experimento masivo de monetización del déficit presupuestario que están llevando a cabo la Reserva Federal estadounidense y el Departamento del Tesoro a través de una flexibilización cuantitativa (una especie de teoría monetaria moderna, también descrita como «arrojar dinero desde helicópteros»). Un creciente coro de críticos advierte que este enfoque podría recalentar la economía y obligar a la Fed a elevar las tasas de interés antes de lo esperado. Los rendimientos nominales y reales de los bonos ya están subiendo y esto ha sacudido a los activos más riesgosos, como las acciones. Por la preocupación de lo que implicaría una reacción desmedida o «rabieta» ante la reducción gradual de la flexibilización cuantitativa por la Fed, la recuperación que supuestamente sería buena para los mercados ahora se está convirtiendo en una corrección del mercado.
Mientras tanto, los demócratas en el Congreso avanzan con un paquete de rescate de USD 1,9 billones que incluirá asistencia directa adicional para los hogares, pero como ya millones de personas están atrasadas en sus pagos de alquileres y servicios públicos, y entraron en moratorias por sus hipotecas, tarjetas de crédito y otros préstamos, una parte significativa de esos desembolsos se destinará al pago de las deudas y al ahorro (probablemente solo un tercio del estímulo probablemente se vuelque al gasto).
Esto implica que los efectos del paquete sobre el crecimiento, la inflación y el rendimiento de los bonos serán menores a lo esperado y —como los ahorros adicionales terminarán redirigiéndose hacia la compra de bonos— lo que debía ser el rescate de los hogares en dificultades en realidad se convertirá en un rescate para los bancos y otros prestamistas.
Ciertamente, es posible que se produzca inflación si los efectos de los déficits fiscales monetizados se combinan con shocks negativos sobre la oferta para generar estanflación. El riesgo de esos impactos aumentó debido a la guerra fría chino-americana, que amenaza con disparar un proceso de desglobalización y balcanización económica a medida que los países buscan un renovado proteccionismo y la repatriación de sus inversiones y operaciones manufactureras, pero esa es una historia para el mediano plazo, no para 2021.
En lo que se refiere a este año, todavía es posible que el crecimiento quede por debajo de las expectativas. Siguen apareciendo nuevas variantes del coronavirus, que generan preocupación porque tal vez las vacunas existentes no sean suficientes para poner fin a la pandemia. Los reiterados ciclos de alternación rápida de medidas de expansión y contracción socavan la confianza, y la presión política para reabrir la economía antes de que se logre contener al virus seguirá en aumento. Muchas empresas pequeñas y medianas siguen en riesgo de quiebra y demasiada gente enfrenta la perspectiva del desempleo de largo plazo. La lista de patologías que afectan a la economía es larga e incluye una creciente desigualdad, el desapalancamiento de las empresas y de los trabajadores agobiados por deudas, y riesgos políticos y geopolíticos.
Los mercados de activos siguen inflados —si es que no estamos hablando directamente de burbujas— porque están siendo alimentados por políticas monetarias superacomodaticias. Pero la relación precio/beneficios está en niveles tan elevados como los de las burbujas que precedieron a las crisis de 1929 y 2000. Entre un apalancamiento cada vez mayor y la posibilidad de burbujas en las empresas con propósitos especiales de adquisición, las acciones de las empresas tecnológicas y las criptomonedas, la mercadomanía actual ofrece más que suficientes motivos de preocupación.
Con estas circunstancias a la Fed probablemente le preocupe que los mercados se desplomen instantáneamente si deja de financiar la fiesta. Y como el aumento de la deuda pública y privada evita una eventual normalización monetaria, la perspectiva de la estanflación en el mediano plazo —y de una caída brusca de los mercados de activos y las economías— sigue en aumento.
Traducción al español por Ant-Translation
Project Syndicate
Nouriel Roubini, director ejecutivo de Roubini Macro Associates y conductor del programa NourielToday.com, es profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York.
© Project Syndicate 1995–2021
Foto portada de Gerd Altmann – Pixabay