La Farsa del TRATADO COMERCIALPara América del Norte de TRUMP
Texto: Anne O. Krueger
Project Syndicate
WASHINGTON, DC – El anuncio del Acuerdo Estados Unidos‑México‑Canadá (AEUMC) fue recibido en todo el mundo con un suspiro de alivio. El logro de un sustituto para el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN/NAFTA) implicaba evitar un desastre total: repudiar el TLCAN sin reemplazarlo hubiera sido tan costoso que siempre fue una posibilidad remota (pero una posibilidad al fin).
Pero lo mejor que puede decirse es que se evitó lo peor. Dos de las propuestas más dañinas de Estados Unidos fueron rechazadas o debilitadas considerablemente. En primer lugar, en vez de una cláusula de caducidad que hubiera obligado a renegociar el tratado cada cinco años, las partes acordaron una vigencia de dieciséis años, con revisiones cada seis. Un cronograma quinquenal de renovaciones hubiera generado una enorme incertidumbre, tanto para las empresas cuanto para los gobiernos, así que la condición de que el tratado dure dieciséis años es aplaudible. Pero todavía hay que ver lo que implicarán las revisiones cada seis años.
En segundo lugar, se mantiene (aunque en forma diluida) el mecanismo de resolución de disputas conforme al “capítulo 19”, que el gobierno de Trump quería suprimir. Esta disposición dará cierta protección (a Canadá específicamente) contra gravámenes antidumping y otras medidas proteccionistas. En cuanto a otros cambios menores al TLCAN según el AEUMC, la mayoría ya se habían acordado en las negociaciones para el Acuerdo Transpacífico, que el presidente estadounidense Donald Trump abandonó al asumir el cargo.
En síntesis, en el AEUMC hay muy poco para elogiar, como demuestra el hecho de que el principal argumento a su favor que pudo presentar el gobierno de Trump fue que Canadá aceptó abrir alrededor del 3,6% de su mercado de productos lácteos (16 300 millones de dólares) para el ingreso de más exportaciones estadounidenses. A cambio, Estados Unidos acordó importar más maní y azúcar de Canadá, lo cual implica una posible reducción de las importaciones desde otros países. En tanto, se mantienen los aranceles estadounidenses a las importaciones de acero y aluminio desde México y Canadá.
En el transcurso de la negociación, los representantes de Estados Unidos se centraron más que nada en la industria automotriz. Entre otras cosas, el AEUMC limitará la cantidad de vehículos que pueden importarse a Estados Unidos, lo que en la práctica abre la puerta al comercio regulado. Aunque todavía no está claro cómo se asignarán las cuotas de importación, casi cualquier sistema que se aplique asfixiará la competencia y la innovación, al favorecer a las empresas establecidas en detrimento del ingreso de nuevos competidores al mercado.
Los objetivos declarados de Trump para renegociar el TLCAN (si cabe llamar “renegociar” a que un abusador ataque a sus vecinos más pequeños hasta que estos accedan a sus demandas) eran reducir el déficit comercial bilateral de Estados Unidos con Canadá y México y “recuperar los buenos empleos”. Pero según estos criterios, el nuevo acuerdo es un fracaso espectacular. Como cualquier economista sabe, el déficit en bienes y servicios es un fenómeno macroeconómico que refleja el nivel de gasto y ahorro interno de los países. Para reducir el déficit general, Estados Unidos debería achicar el gasto o aumentar el ahorro; y no hay en el AEUMC nada en tal sentido.
Además, es probable que el acuerdo destruya en Estados Unidos más empleos de los que podría crear. Las nuevas normas de origen para vehículos importados, que exigen que el 75% de su producción tenga lugar en América del Norte (contra sólo 62,5% según el TLCAN), aumentarán los costos de producción y con ello tenderán a reducir el empleo. Ocurre lo mismo con la disposición que exige llegar en 2023 a que el 40‑45% del valor de los vehículos sea producido por trabajadores que ganen no menos de 16 dólares por hora, un salario muy superior al que pueden esperar los trabajadores mexicanos del sector.
Es probable que los productores mexicanos, antes que cumplir las normas de origen o salariales, prefieran hacerse cargo del costo del arancel estadounidense del 2,5% a los autos importados (de allí la necesidad de cuotas a las importaciones). Pero en cualquier caso, ambas disposiciones reducirán la competitividad de los productores de América del Norte en general. De hecho, es probable que las automotrices asiáticas y europeas estén felices por la perspectiva de aumentar sus ventas: el nuevo acuerdo les da una ventaja sobre los productores de América del Norte en terceros países, y tal vez incluso en el mercado estadounidense.
En cuanto a las automotrices extranjeras que operan en Estados Unidos, es casi seguro que trasladarán a otros lugares la producción de insumos destinados a mercados extranjeros, lo que combinado con autos más caros en Estados Unidos reducirá todavía más la producción automotriz estadounidense en general (y con ella el empleo en el sector). E incluso si los productores de autopartes estadounidenses amplían su producción, preferirán automatizarla lo más posible en vez de contratar a más trabajadores.
Uno de los principales beneficios del TLCAN era permitir la integración de cadenas de suministro a través de América del Norte. Las automotrices estadounidenses podían ahorrar costos comprando a México las piezas producidas con uso intensivo de mano de obra, y los productores mexicanos podían ahorrar costos comprando a Estados Unidos las piezas producidas con uso intensivo de capital. Esto mejoraba la competitividad internacional de la industria automotriz de América del Norte. Aunque el AEUMC no destruirá las eficientes cadenas de suministro del TLCAN, sí aumentará sus costos, con lo que debilitará esta ventaja.
En el corto plazo, el AEUMC no generará grandes cambios. Pero en el largo plazo, es probable que reduzca el empleo en Estados Unidos, la participación de América del Norte en el mercado internacional de autos y la credibilidad de Estados Unidos en cuestiones de comercio internacional; todo ello, sin reducir el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos.
De modo que en general, hay buenos motivos para considerar que la renegociación de Trump ha sido sumamente perjudicial. Sobre todo, porque ahora otros gobiernos se preguntarán por qué negociar con un país que destruye arbitrariamente acuerdos previos. Hasta 2017 Estados Unidos fue un líder mundial en liberalización del comercio, pero ya no lo es. Incluso si empujar a amigos y aliados a la mesa de negociación beneficiara realmente la posición comercial estadounidense, no compensa la pérdida de poder blando para Estados Unidos.
Traducción: Esteban Flamini
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AUTOR, Anne O. Krueger, ex-economista principal del Banco Mundial y ex vicedirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, es profesora investigadora superior de Economía Internacional en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins e investigadora superior en el Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad Stanford.