BANCO MUNDIAL

UNA NUEVA OPORTUNIDAD

 

Texto: Lawrence H. Summers– Project Syndicate

 

Este artículo está escrito por Lawrence H. Summers, economista quien fue jefe del Banco Mundial (1991-93), Secretario del Tesoro de Estados Unidos (1999-2001), director del Consejo Nacional Económico de Estados Unidos (2009-10) y decano de la Universidad de Harvard (2001-06), donde actualmente es profesor universitario.

 

 

WASHINGTON, DC – Fuera del terreno de la seguridad, una reforma del Banco Mundial le ofrece a la administración del presidente norteamericano, Joe Biden, su mayor oportunidad para un logro clave en política exterior. El Banco Mundial debería ser un vehículo importante para la respuesta ante las crisis, la reconstrucción post-conflicto y, más importante, el respaldo de las enormes inversiones necesarias para un desarrollo global sostenible y saludable. Pero actualmente no lo es.

La característica destacable del modelo financiero del Banco Mundial es que, aún antes de que se reforme, lo cual es muy necesario, y aún sin considerar su capacidad para movilizar financiamiento del sector privado, cada dólar de fondos apropiados de Estados Unidos cataliza un aumento permanente del préstamo de más de 15 dólares. (Esto es porque otros países también contribuyen al Banco y porque el capital desembolsado se apalanca muchas veces más).

El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, especialmente, tienen la capacidad de hacer cosas muy grandes a nivel global y a un costo presupuestario bajo. Son multilaterales y la mayoría de los socios defienden los valores occidentales. El Banco Mundial tiene sede en Washington y tradicionalmente su liderazgo es estadounidense.

Charles Kenny del Centro para el Desarrollo Global (CGD por su sigla en inglés) y otros han señalado que, a pesar de la gran cuota de retórica, el mundo se está quedando corto en su capacidad colectiva para responder ante las crisis. El análisis agudo de Kenny demuestra que a pesar de la “policrisis” de hoy –una recesión global inminente, altas tasas de interés y un dólar fuerte que golpea a muchas economías, precios en alza de los alimentos y de la energía, la pandemia en curso y la aceleración del cambio climático- la capacidad de préstamo del Banco Mundial ni siquiera ha seguido el ritmo del crecimiento desde 2017. De hecho, ha caído el pasado año, y al FMI no le ha ido mucho mejor.

 

 

Esto debería resultar inaceptable para Estados Unidos y otros socios importantes del FMI y del Banco Mundial. Frente a la magnitud de los retos globales en los próximos diez años, deberíamos estar pensando en billones y no en miles de millones para el Banco. Si la guerra es demasiado importante como para dejarla en manos de generales, la supervivencia global del financiamiento es demasiado importante como para dejarla a criterio de personas excesivamente preocupadas por las cuestiones financieras y de burócratas internacionales.

Cuatro pasos son necesarios y todos son ampliamente consistentes con el reciente discurso de la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, y un reciente comunicado de varios grupos de expertos.

Primero, el Banco necesita una declaración de objetivos nueva y ampliada que incluya la sustentabilidad y los bienes públicos globales, así como la reducción de la pobreza. No hay un éxito perdurable en la reducción de la pobreza sin un cambio de paradigma global hacia un desarrollo sustentable, y no hay un sendero hacia una transición verde global si no se avanza en la reducción de la pobreza. Las declaraciones de objetivos no tienen sentido si no hay una acción detrás. Los socios del Banco insisten en una visión financiera que resultará en 2 billones de dólares de préstamos en la década de 2024-34.

Segundo, el Banco debe reconstruir su modelo financiero para incluir un apalancamiento más amplio de su capital. También debe reconsiderar los instrumentos de crédito, entre ellos el horizonte cronológico y el grado de condicionalidad, y combinar los esfuerzos de co-financiamiento del Banco con los de la Corporación Financiera Internacional (el brazo de crédito del sector privado del Banco) y del Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones para estimular la inversión privada. Se deberían tener en cuenta las ideas avanzadas de Mark Plant, también del CGD, y de otros para usar los derechos especiales de giro (DEG, el activo de reserva del FMI) como capital para el desarrollo. (Hasta ahora, a pesar de tanto alboroto, las nuevas asignaciones de DEG, hasta donde puedo decir, no han tenido ningún impacto en el ritmo de desarrollo en todo el mundo).

 

 

Tercero, existe una necesidad apremiante de reformar la cultura y los procedimientos del Banco para enfatizar la velocidad de ejecución. Llegará el momento en que la reconstrucción de Ucrania será una máxima prioridad. Sin reforma, espero, aunque no puedo garantizarlo, que los fondos comprometidos se transfieran rápidamente según los esquemas prometidos, a diferencia de tantas otras situaciones post-conflicto.

También espero que el Banco logre abandonar lo que alguna vez definí como su “estrategia de caravana” –todos los sectores en todos los países- hacia un énfasis en lo que sea más importante. Reconocer que el suministro de grandes volúmenes de financiamiento en momentos de crisis se produce a máxima velocidad puede ser de enorme valor para los países clientes.

Cuarto, estas medidas deberían reflejarse en un importante incremento del capital verde que se acuerde en el lapso de un año. Considerando lo urgentes que son las necesidades del mundo, el incremento debería ser 2 o 3 veces mayor que el incremento de 13.000 millones de dólares de 2018. Yo estimaría que un aumento de 30.000 millones de dólares en capital desembolsado, que le costaría a Estados Unidos unos 5.000 millones de dólares en ocho años, podría sustentar casi 100.000 millones de dólares adicionales en préstamos anuales, dirigidos mayormente hacia la transición energética.

Esto tiene que ver más con el inicio de una visión que con un programa detallado. Mi objetivo es transmitir la sensación de urgencia y magnitud que exige el momento. No he ejercido funciones durante mucho tiempo, de modo que he perdido toda empatía por las limitaciones que señalarán el personal del Banco y los tesoros del mundo. Culpable. Por otro lado, existen momentos bisagra en la historia cuando la transición de lo inconcebible a lo inevitable es vertiginosamente rápida.

 

 

Éste debe ser el argumento. Después de todo lo que ha sucedido en los últimos años, existe una necesidad urgente de que Estados Unidos y sus aliados recuperen la confianza del mundo en desarrollo. No hay mejor modo de recuperar la confianza que a través de un respaldo colectivo de gran escala para las prioridades más altas de los países. Y no hay una manera más rápida y efectiva de movilizar el apoyo que a través del Banco Mundial. Si no vemos un progreso importante en estas cuestiones en la reunión de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales del G20 esta semana en Washington, se habrá desperdiciado una oportunidad importante.

 

Articulista
Lawrence H. Summers, fué economista jefe del Banco Mundial (1991-93), secretario del Tesoro de Estados Unidos (1999-2001), director del Consejo Nacional Económico de Estados Unidos (2009-10) y decano de la Universidad de Harvard (2001-06).

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