AUTANA
KUAYMAYOJOVÍNCULO INMORTAL ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA
Texto: Ruse Martín Galano
Imágenes: Fernando Pulido y Pixabay
Navegar por el Orinoco, el tercer río más caudaloso del mundo y apreciar de cerca las toninas de agua dulce. Caminar por la selva tropical y ver las temibles tarántulas; entrar en territorio Wothuha, formar parte de mágicos rituales ceremoniales que te conectan con el cosmos; probar el suculento Morocoto. Esta es parte de la experiencia de viaje en el Amazonas venezolano. ¡Síganos y forme parte de esta aventura!
Cuando todo comenzó a crearse
Cuando la tierra decidió darle forma a la superficie, de su interior brotaron enormes masas de roca que se elevaron sobre su corteza terrestre en forma de gigantes montículos. Después de millones de años, estas altiplanicies invencibles se han perpetuado en el tiempo como símbolo de la grandeza y del poder de la madre naturaleza. En Venezuela, en el Estado Amazonas, donde todavía coexisten hábitats y ecosistemas que nacieron cuando todo comenzó a crearse en este planeta, se encuentran algunas de estas soberbias fortalezas que se erigen majestuosas y enigmáticas a la vista de todo aquél que llegue hasta ellas.
Una peculiar leyenda indígena habla del poder de uno de estos impresionantes monumentos naturales que se eleva sobre la tierra a unos 1.300 m.s.n.m : el Cerro AUTANA o KUAYMAYOJO. Esta es la montaña sagrada de los indios Piaroas, que según la creencia, mantiene un vínculo inmortal entre el cielo y la tierra.
Pasaporte a la felicidad
Nos pusimos en contacto con Akanan Travel & Adventure, para que nos organizara el viaje hacia la selva amazónica, en el sur de Venezuela. Preparamos el equipaje repleto de emoción y nuestra cámara digital Canon con todos sus complementos. Tomamos un vuelo de la aerolínea R.A.V., que va a Puerto Ayacucho, Estado Amazonas y nos fuimos felices, con grandes expectativas de conocer un poco más de nuestra versátil y bella tierra venezolana. Llegamos al aeropuerto Cacique Aramare, en Puerto Ayacucho y de inmediato abordamos un rústico 4×4, conducido por Henry Jaimes de Eco Destinos, empresa que trabaja en conjunto con Akanan Travel & Adventure, desde el Amazonas. En la camioneta, nos unimos a Arturo García, guía de Akanan, y a un eufórico grupo de personas con el que, gratamente, haríamos la travesía.
Territorio Wothuha
Nuestro primer día de aventura lo iniciamos vía carretera desde Puerto Ayacucho, hasta el Puerto Samariapo (70 kilómetros), donde embarcamos un bongo metálico a motor y zarpamos desde el Caño Samariapo, hacia el fastuoso río Orinoco, el más largo y caudaloso del norte del Continente Suramericano, con una longitud de 2.140 km. Es el tercero con mayor volumen de agua en el mundo.
Corriente arriba, emprendimos el trayecto fluvial por dos horas y media, hasta que llegamos a la desembocadura del río Sipapo. En ese momento del recorrido observamos la unión de las aguas marrones del río Orinoco, con la negra corriente del río Sipapo, por el que continuamos la navegación. Apreciamos un par de sociables toninas de agua dulce, que nos acompañaron un buen rato, dándonos la bienvenida.
Más adelante, pasamos frente a la Isla Ratón (19 Km de largo x 5 Km de ancho), que según se lee, es una de las porciones de tierra más grande de agua dulce, en América del Sur. Esta isla está formada por selva y sabana. Su grado de humedad es altísimo y se encuentra en uno de los puntos más calurosos del planeta.
Seguíamos surcando las aguas oscuras y aparentemente tranquilas del río Sipapo, a la vez que entrábamos en territorio Piaroa o Wothuha, grupo indígena que se autodenomina D’aruna: “Ser de la Selva”. El sonido del motor de la embarcación y las voces animadas de los viajeros, quizá alertaba a quienes por siglos han habitado ese espacio selvático, sobre nuestra presencia.
Pájaros Paragua, guacamayas y tucanes, surcaban inquietos el cielo gris y se alejaban. La tupida vegetación boscosa, ocultaba la presencia de báquiros, cachicamos, ardillas y monos que, seguramente, ya estarían acostumbrados a la presencia de curiosos.
Las serenas aguas del río de pronto se agitaron advirtiendo que estábamos llegando al Raudal de Caldero. Luego de una larga travesía, hicimos nuestra primera parada del trayecto fluvial, para almorzar en una playita de arena blanca y aguas rojizas. Según el guía Arturo García, este color se debe a las plantas que bordean el río.
Conexión con el más allá
Retomamos la navegación y llegamos al río Autana, el tercero de la ruta hacia la montaña sagrada. Curiosamente, el color de estas aguas no era diferente a las del río Sipapo, pero sí la superficie: quieta y apacible. Parecía que estuviéramos flotando encima de un espejo.
Esta vez, el sonido de la selva prevaleció y la misteriosa bruma nos envolvió por instantes. Hasta este punto del trayecto llevábamos 5 horas de recorrido. Pasamos frente al Cerro Tinaja y al Cerro Pelota, dos montañas sagradas para los indios Piaroa, pues es el sitio donde entierran a sus muertos, envolviéndolos en hojas y colocándolos en ataúdes de madera que luego incrustan en las grietas de la montaña rocosa. Según la creencia Piaroa, luego de que sus muertos son dejados en estos cerros, sus almas (maguarí), se van hacia la montaña sagrada: el Autana.
Finalmente, arribamos al campamento donde pernoctaríamos la primera noche. Un apacible lugar con algunas churuatas (viviendas típicas de la selva amazónica), construidas por la comunidad indígena, Mavaco del Autana, a la orilla del río. Allí nos dio la bienvenida el Chamán de la aldea y un grupo de jóvenes aborígenes.
En la noche, nuestros anfitriones, José Barrios, Elio Mayuare y Henry Jaimes, nos prepararon una cena magistral. El plato principal fue Morocoto asado a la leña, un típico pescado de río del Amazonas. Luego, el guía de Akanan, Arturo García, nos dio una completa inducción sobre el territorio amazonense: su origen, evolución y su gente.
Para cerrar el día en la jungla y ya entrada la noche, el Chamán de la Comunidad Mavaco, Julio Hamaya, compartió con el grupo un ritual ancestral Piaroa: el Yopo (Anadenanthera peregrina / Anadenanthera colubrina). Se trata de un momento de magia y de «conexión con el cosmos, con el más allá«. Una ceremonia donde el Chamán aspira profundamente un polvo alucinógeno (obtenido de las semillas del árbol Yopo) y entra en trance para ahuyentar a los malos espíritus, curar a un enfermo o simplemente adivinar el futuro. Con el sudor en la cara y los ojos cerrados, Julio agitaba unas acompasadas maracas e invocaba a las ánimas. A su alrededor todos permanecimos en absoluto silencio, observando y asimilando la inédita experiencia. Llegado el momento, el Chamán abrió sus ojos, nos miró a todos y nos invitó a que formáramos parte del rito. Algunos se incorporaron; otros, prefirieron mantenerse en sus puestos de espectadores. El testimonio de los que sí inhalaron el Yopo, coincidió en que «se sentía una sacudida en la cabeza«, en la primera dosis; en la segunda, «aparecen visiones» y en la tercera inhalación, la del inevitable arranque a un alucinante viaje donde se entra en contacto con el mundo de los espíritus, ninguno de los allí presentes se atrevió a hacerla.
Churuatas y chinchorros con mosquiteros fueron nuestras habitaciones en el medio de la selva, bajo el estrellado y despejado cielo que nos abrigó toda la noche, al tiempo que los zapitos y los grillos se encargaron de arrullarnos con sus incesantes cantos.
Tupiro, Cuama y Cocuazú
Un amanecer sereno y despejado con olor a follaje y tierra húmeda, nos dio los buenos días. El melódico canto de los pájaros y el aroma a café recién colado, nos alentaba a iniciar nuestro segundo día de aventura en el Amazonas venezolano.
Nuevamente, Henry y su equipo, se encargaron de cautivarnos con la comida. Imagínense desayunar en plena selva, frente a un apacible paisaje de río y bosques, sentados en una rústica mesa de tronco, con un nutritivo plato de comida y la más cordial atención. ¿Se podría esperar más? ¡Sí, claro que sí! Esto fue sólo el comienzo de un emocionante e ilustrativo día.
Iniciamos una caminata por la selva hacia la Comunidad Mavaco, ubicada a tan sólo minutos del campamento. En este recorrido ecológico, guiados por Arturo, apreciamos gran diversidad de plantas, frutos, semillas e insectos. Nuestro guía nos iba dando información a medida que avanzábamos. Así, conocimos el árbol de caucho, donde todavía los indios extraen de manera artesanal la resina o “balatá”. El árbol del Menchón, de corteza aceitosa y muy inflamable, que usan para iniciar una fogata. El Bejuco de Agua, es una gruesa liana que se encuentra dentro de los árboles y de donde se extrae agua para beber.
Pasamos por uno de los conucos en el área de cultivo de los indígenas, donde siembran yuca (tubérculo) y frutas autóctonas, como el Tupiro (con un sabor similar a la parchita), Temare (parecido al níspero), Cocura (especie de uva con una semilla grande en el centro), Cuama (vainita verde con semillas envueltas en carnosidad blanca comestible) y Cocuazú (especie de cacao selvático).
El camino tupido de vegetación se abrió y llegamos a la Aldea Mavaco: un conjunto de viviendas construidas en madera, paredes de barro pisado o bahareque y techos de palma, en dos estilos: a dos aguas y churuatas redondas. Un total de 20 familias viven en la comunidad. Algunos tímidos indígenas se asomaban curiosos desde alguna puerta viéndonos con prudencia. A la orilla del río, en el bongo, a pocos metros de la aldea, nos esperaba Henry con su equipo de trabajo, para continuar con la travesía fluvial por el río Autana.
Hacia otra dimensión
La expectativa y la emoción aumentaban, pues el gran momento estaba cada vez más cerca; se percibía en el ambiente. El paisaje que nos rodeaba mientras avanzábamos en el bongo, se reflejaba en las inmóviles aguas del río, como si se tratara de un recóndito paisaje plasmado en un lienzo. El nublado cielo, las verdes colinas y las ennegrecidas formaciones rocosas, quedaban grabadas en nuestra retina haciendo alarde de la infinita belleza de la naturaleza. El bongo avanzaba paradójicamente sin alterar la serenidad del agua del río. Entrábamos en un estado nirvana; en otra dimensión. De pronto, a lo lejos, una gigantesca silueta envuelta en un velo de nubes blancas apareció ante nosotros. La embarcación navegaba serpenteando el sinuoso trayecto del río. La descomunal figura en forma de tepuy desapareció. El sonido intenso de los raudales se escuchaba a poca distancia. Seguíamos avanzando lentamente.
El angosto canal del río se abrió y apareció otra de las aldeas indígenas Piaroa: Comunidad de Ceguera. Allí, justo a orillas del río Autana, se encuentra el otro refugio para los turistas: Campamento Ceguera. Bajamos nuestro equipaje y comenzamos a caminar hacia las churuatas del albergue, ajenos a lo que teníamos justo al frente de nosotros. Las nubes y la espesa neblina se confabularon con el rey Autana y lo escondieron, disimulando su cercana presencia. Los guías se unieron al complot. Sabíamos que estábamos cerca, pero nunca nos imaginamos qué tanto. A los pocos minutos se escuchó una voz que gritaba, “¡ahí está, es él! ¡Mírenlo, es el Autana!” Todas las miradas se dirigieron hacia la hermosa montaña imponente en medio de la selva que poco a poco se fue descubriendo. Entonces supimos que habíamos alcanzado nuestro destino, en la región del Escudo Guayanés, en el extremo noroeste del Estado Amazonas. La euforia y la dicha de haber logrado llegar hasta ese punto tan distante y remoto de la geografía nacional, para apreciar el invalorable legado que la naturaleza dejó hace millones de años en nuestra tierra Venezuela, no se contenían. No en vano fue declarado monumento natural el 12 de diciembre de 1978.
AUTANA – Kuaymayojo
Las letras y las palabras nunca podrían expresar, ni siquiera acercarse, al sentir y a la emoción que se tiene al estar frente a su majestad, el Cerro Autana. Soltamos todo lo que teníamos en nuestras manos y dejamos de hacer lo que habíamos iniciado. Quedamos hechizados ante tal excelsa belleza y grandeza. Seguíamos parados, todavía hipnotizados, admirando a esa estrecha montaña tabular de escarpadas y verticales paredes que sobresalen de la selva como una colosal torre natural. Los libros mencionan que en su superficie tiene unas 480 hectáreas y una altura aproximada de 1.300 metros s.n.d.m. Aunque no se podía apreciar desde donde estábamos, se dice que el Autana tiene en su tercio superior, una de las cuevas más antiguas del mundo, formada enteramente por cuarcitas (40m de altura y una galería de 395m, que la cruza de lado a lado). Cabe mencionar a nuestros temerarios amigos, Francisco Pacheco, que con su helicóptero (la Guacamaya), sobrevoló en varias oportunidades ese Tepuy sagrado. De igual manera, a Jimmy Marull, experto aviador y aventurero, quien batió el Récord Guinness cruzando esta cueva del Autana, de un extremo a otro, en un ultraliviano. ¿Qué pensarán los indios Piaroa de esto? Según nos refirió nuestro anfitrión Henry, “los Piaroa no llegan hasta el Autana, ni lo escalan, pues le tienen respeto. Creen que hay espíritus malos vagando alrededor de su montaña sagrada”.
Seguíamos embelesados mirando al Autana y a las dos formaciones montañosas que lo acompañan: Wahari y el Cara de Indio o Uripica (Dios malo que cortó el Árbol de la Vida).
Al rato, nos dimos un refrescante baño en la playita que se forma de una pequeña bahía que hace el río, al frente del campamento y del Cerro Autana. Nos sumergimos en las cobrizas y livianas aguas y dejamos que nuestros cuerpos flotaran plácidamente. El agua parecía que no mojaba, pues enseguida nuestros cuerpos se secaron, sin necesidad de usar toallas.
Albores de la creación
Nuevamente, nos pusimos ropa ligera y embarcamos río arriba hacia el punto más cercano navegable del Autana: El Raudal de Pereza. Allí, apreciamos algunos petroglifos en las inmensas y negras rocas que bordean al torrente de agua. En este raudal se siente como si entraras en la era prehistórica, precisamente en los albores de la creación. Arribamos a un recóndito y exclusivo paraje donde provoca llegar sin prisa y permanecer sin tiempo que te reglamente. Solo estar y dejarte envolver por la energía y la fuerza que emanan de las piedras, del aire y de la inagotable enérgica corriente de agua. Es el lugar donde, inevitablemente, te compenetras con la naturaleza y pasas a formar parte de ella… Te gusta y no la quieres dejar.
Tarántula del Amazonas
De regreso al campamento Raudal de Ceguera, nos esperaba otra excelente cena preparada por nuestros afables anfitriones. Al día siguiente, en nuestro tercer día de aventura, muy temprano, nos fuimos con Arturo a otra caminata ecológica por la selva tropical, para llegar a un mirador donde se aprecia, desde un buen ángulo, al Cerro Autana (12 km de distancia). El recorrido lo hicimos en unos 45 minutos, pasando por sabanas secundarias, originadas por incendios espontáneos o provocados. Atravesamos bosques de galerías, cercanos a pequeños ríos. Nos desplazamos por un tramo de selva tropical en donde vimos diversas clases de bromelias, del género aechmea (la piña es de esa familia). Observamos orquídeas y otras clases de vegetación típicas de la zona. Conocimos al pintoresco pero peligroso Sapito Minero, que tiene en su piel una de las toxinas más fuertes que se conocen en el reino animal. Además, estuvimos a menos de 30 centímetros de una auténtica tarántula o araña Mona (Theraphosa Apophosis), una de las especies arácnidas más grandes del mundo.
Leyenda Indígena del Cerro Autana
Hace mucho tiempo existió un árbol gigantesco en cuyas ramas se encontraban los Frutos de la Vida. Un día, la avaricia y mezquindad del indio WAHARI y su sobrino convertido en Lapa, los llevó a derribar el árbol para apoderarse de todos los frutos. Los pedazos del árbol cayeron y transformaron el destino del hombre y de toda la Amazonía. Estos restos se convirtieron en el AUTANA KUAYMAYOJO, montaña sagrada de los indígenas, la cual mantiene un vínculo inmortal entre el cielo y la tierra.
Significado de palabras en el texto:
1.- Churuata: edificación típica de la selva amazónica.
2.- Bongo: embarcación realizada en madera o en aluminio para recorridos fluviales.
Agradecimientos: Henry Jaimes, José Barrios, Elio Mayuare, Adrián y Tito Hamaya. En especial al Chamán Julio Hamaya.